martes, 17 de junio de 2008

Sydney Pollack, el tipo que siempre salía en las películas buenas

Se nos ha ido Sydney Pollack, un buen director en el primer tercio de su carrera, magnífico actor en el último e inteligente productor durante toda ella, cuya aparición en la pantalla de cine o en los créditos de un largometraje era garantía de calidad y de éxito. Desde este blog queremos sumarnos al recuerdo de la figura cinematográfica de ese tipo discreto que siempre salía en las películas buenas.

Pollack fue por vocación, ante todo, un actor solvente, un actor que lograba engrandecer a los personajes secundarios que encarnaba, especialmente a partir de los años noventa en películas dirigidas por otros. Son memorables sus interpretaciones en Maridos y Mujeres, bajo las órdenes del atribulado y cínico Woody Allen; en Eyes Wide Shut, el enigmático estertor de Kubrick del que se apropió Cruise; o en Michael Clayton, la brillante intriga del guionista de la saga Bourne y debutante en la dirección Tony Gilroy.

Como realizador una de sus virtudes principales era la facilidad para dirigir bien a los actores, característica compartida con muchos directores que provienen del mundo de la interpretación pero que en él se completaba con una especialización que le hacía sobresaliente entre sus colegas: la capacidad de extraer lo mejor de las actrices para trazar hondos perfiles femeninos.

Natalie Wood en Propiedad condenada, Barbara Streisand en Tal cómo éramos, Jane Fonda en Danzad, danzad malditos, o Meryl Streep en Memorias de África, o Nicole Kidman en La intérprete no habrían construido tan grandes personajes sin el talento de Pollack. Incluso la entrañable Tootsi no habría brillado tanto como lo hizo gracias a la genialidad de Dustin Hoffman si no hubiese estado él tras la cámara.

Desde los años setenta hasta el final trabajó con grandes estrellas del momento en películas de éxito desigual, como Paul Newman en Ausencia de Malicia, Robert Mitchum en Yakuza, Burt Lancaster en Camino de la venganza, La fortaleza y El nadador, Tom Cruise en La tapadera, Harrison Ford en Sabrina y Caprichos del destino, Sean Penn en La intérprete o con Al Pacino en Un instante, una vida.

Pero sobre todo lo hizo con su amigo Robert Redford, quien protagonizó durante la carrera coincidente de ambos muchas de sus mejores películas. Aparte de todas las citadas en la referencia a las actrices fue también el actor principal de Las aventuras de Jeremías Jonhson y de Los tres días del Condor, entre otras cintas inolvidables.

Pollack cultivó todos los géneros: drama, comedia, melodrama, western, intriga, hasta el cine documental en Apuntes de Frank Gehry, que produjo con Minghella –a quien también financió Cold Mountain y El paciente inglés-, pero nunca hizo una película de terror. Quizá porque era un hombre que amaba a la vida y no le tenía miedo a la muerte.

Su despedida de las pantallas ha sido con La boda de mi novia, que se acaba de estrenar en España. Seguro que su actuación estará a la altura de las anteriores.

Cada cierto tiempo se van para siempre las gentes del cine, a veces, sin darnos cuenta. Ahora ha sido Sydney Pollack, ese tipo de pelo rizado, mirada inquieta y gafas metálicas que siempre salía, que siempre sale, en buenas películas. Hasta siempre.


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