miércoles, 3 de septiembre de 2008

Los girasoles ciegos

Almas en ratonera

Si adaptar con brillantez un texto literario al cine es una tarea difícil, hacerlo con uno bueno es casi imposible. Sólo unos pocos lo consiguen, y ni siquiera Rafael Azcona en su guión último ha sido capaz de ello con Los girasoles ciegos, el excelso libro de Alberto Méndez premiado de manera póstuma en 2005 con el Nacional de Narrativa y el de la Crítica.

Quizá haya sido mejor así, pues parece que los cuatro relatos que lo conforman hubiesen sido arrancados a pedazos de lo hondo del alma de su autor, no creados por su imaginación; que los desolados personajes y las funestas circunstancias que los acosan no hubiesen surgido de la mente sino de las tripas del escritor, y sólo a él y a nadie más pertenecen; que su concepción hubiese sido más que un ejercicio intelectual un trabajo de carnicero.

En esta condición de pertenencia profunda radican al mismo tiempo su grandeza narrativa y la dificultad de adaptación a un formato distinto por otras personas. Azcona y Cuerda, los guionistas, no han podido apropiarse de los personajes y sólo han desvelado una pequeña parte de la intensidad dramática que se intuye detrás de la desdicha de estos seres inmovilizados en trampas propias y ajenas. El riojano y el albaceteño, que ya colaboraron con mejores resultados en otras adaptaciones como El bosque animado (Wenceslao Fernández Flórez) y La lengua de las mariposas (Manuel Rivas) se han quedado en un “coitus interruptus”, en un placer progresivo que no llega a alcanzar el clímax.

La película cuenta la historia de una familia de republicanos en el Orense de los cuarenta. Periódicamente son visitados por la policía y los falangistas buscando señales del marido, escritor y poeta al que se da por desparecido pero que vive escondido en un hueco de la casa. La hija adolescente huye embarazada de ocho meses con su novio comunista a Portugal. El hijo menor ha de disimular en la escuela el mundo fantástico en el que viven. Y la mujer, pilar de esta frágil estructura, mantiene a la familia y da la cara ante la sociedad. Las cosas se complican cuando un seminarista, que durante la guerra fue ferviente alférez sublevado y que ha pospuesto la ordenación sacerdotal tras el consejo del rector, comienza a dar clases en el colegio del niño.

La iluminación de Burmann ha facilitado el rodaje realista y ha contribuido de manera determinante a la recreación con verosimilitud de la España de la época que ha realizado magistralmente Gallart. La mano de Cuerda en la dirección se nota en el excesivo academicismo de sus movimientos de cámara y en el recurso a músicas de apoyo para las secuencias emocionantes, entre las que destaca la interpretación final por una soprano de Pie Iesu sobre el retablo barroco que abre y cierra la película.

Uno de los basamentos del filme, además del relato original, son los actores, entre los que sobresale Maribel Verdú, cuya interpretación de mujer fuerte que ha de soportar el peso de la farsa y las indignas condiciones de su familia está a la altura de las de La buena estrella, El laberinto del fauno o Siete mesas de billar francés. Javier Cámara como el marido de ésta desarrolla otra de sus actuaciones contenidas y correctas, como en Hable con ella o en La vida secreta de las palabras, y José Ángel Egido (Los lunes al sol) otorga al rector matices enriquecedores. Quizá en algunos momentos haya estado por debajo de su personaje, muy complicado realmente, Raúl Arévalo (Azul oscuro casi negro y El camino de los ingleses), pues no logra transmitir todo el sufrimiento y las dudas de ese seminarista que se debate entre la vida y la fe.

Estos girasoles ciegos -metáfora de la oscuridad en la que viven estos seres atrapados: de espaldas al sol, a la luz, a la vida- han de asumir vidas impuestas y reinventarse sueños para superar proyectos truncados, viajes sin retorno y pérdidas definitivas. Sobre todo los vencidos, pero también bastantes vencedores, pues pocos estaban preparados para esta nueva realidad lúgubre y sombría de una España de sangre, cercado e incienso en la que la luz iba a tardar más de cuatro décadas en volver a alumbrar.

Los girasoles ciegos es una historia de búsqueda desesperada; de búsqueda de amor, de luz, de un resorte moral que abra la celda existencial que habitan los personajes para poder emprender el camino hacia algún lugar, hacia ningún lugar. Es la historia triste de la desesperanza. Un relato oscuro, denso y sucio como la niebla de la ciudad, como la España de los cuarenta, que quizá haya de ser leído para comprenderlo en toda su dimensión.

Ficha Técnica
Director: José Luis Cuerda
Guión: Rafael Azcona y José Luis Cuerda, basado en el relato homónimo de Alberto Méndez
Producción: Fernando Bovaira, José Luis Cuerda y Emiliano Otegui
Fotografía: Hans Burmann
Montaje: Nacho Ruiz Capillas
Dirección artística: Balter Gallart
Vestuario: Sonia Grande
Ficha artística: Maribel Verdú (Elena), Javier Cámara (Ricardo), Raúl Arévalo (Salvador), Roger Príncep (Lorenzo), Irene Escolar (Elenita), Martín Rivas (Lalo), José Ángel Egido (Rector).